POSTAL
DE CEIBA VI
Edificios embotellados;
ceniceros habitacionales.
Calles
azules y negras, grises y rojas, con sus tonalidades ocre; no gato o rata
pueril a la vista; el viento siempre en rugido, somos alimento, en espiral sube
el humo, en espiral baja.
Me acompaña mexcalita, con aguardiente animal, botana de carroña. Ácidos
existenciales. En los senos de la serpiente hay vinagre dulce; la muerte coge
rico pero la mujer es eterna; cuando haya desaparecido la luna, hasta los
ciegos tropezarán, sordos ruidos para quienes quieran escuchar; las semillas
del suelo brotan, por un momento mis pulmones escupen sangre, pero hay que
remediar eso después, primero sobrevivir a estas habitaciones pequeñas.
Vecinos que del humo siempre se quejan. Los
retratos que la oscuridad y las paredes me relatan… ¡Puta madre! - le encantó coger pero no tener hijos, ¡chale! – me dije
a mí mismo y apague el encendedor, mi vecina a dos paredes de mí, gritaba a
su pequeña… al parecer jugaba con sus
muñecas. ¡Niña deja de jugar! ¡Ya tienes
10 años, lava tu uniforme floja!, ¡barre!, ¡limpia tu cuarto! ¡Yo a tu edad ya limpiaba y me encargaba de
mis hermanos¡ ¡Ayúdame con la casa niña! … Y ¡zaz! ¡El putazo! (el madrazo,
el golpe, la cachetada dura, la agresión perpetua…) Me sacudió y ardió la mejilla y el recuerdo,
el sólo escuchar esas palmas a toda velocidad en la carita ajena. El llanto de
la pequeña quedó en una muda lección, un breve grito a minutos a mocos caídos y lágrimas de cajón. Saliste saliva a encarar trémula carne.
¿Pero bueno, que puedo hacer yo? Cada quien sus hijos…
Mi vecina de muro joven madre y atienda a
dos chiquitas, creo a la otra pequeña se la ha llevado a trabajar al mercado el
padre poblano. Según se perciben de las filtraciones de los ladrillos.
Se
escuchan los demás reclamos existenciales, como una herida de Caín, ¡Niña muévete! ¡Ya mero viene tu padre!
¡Ayúdame aquí,…allá! Y demás
sentencias que pierdo atención, olvido sus gritos pero escucho el desmadre de
las serpientes.
Compartimos
todos en este piso un sólo baño, ando sin camisa y me dirijo hacia el mismo,
por el pasillo, una pareja de
adolescentes clavan su mirada viendo mis tatuajes, su bebé ha dejado de
succionar el moreno pezón de la madre y deja gotear la leche, su curiosidad le
obliga a mirar también la tinta que ha dejado una extraña impresión en sus
jóvenes padres. Como si vieran al diablo. Pero es sólo un lobo. Llevo mi
cerveza bajo la toalla, las estrellas se orillan con el horizonte, y el
destello de las cosas cobra vida, es mejor el silencio de estos gallineros,
habitaciones 4x4.
Se oyen al fondo los demás gritos y
reclamos a la niñita, sus lágrimas andan en palabras en pro de su defensa a
existir, y allí sale la vecina al lavabo que da fuera de su cuarto, luciendo
preñez y gritando agravios a la pequeña, doy las buenas noches acostumbradas,
no sé cuántas veces me ha topado en toalla, mi embriaguez continua no permite
recordármelo… ¿se inclina ella o soy yo el que nunca la esquivo? Siempre hacia
la puerta estrecha.